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domingo, 7 de junio de 2020

EMPATÍA: ¿Realmente me pongo en tus zapatos?



En una primera observación intuitiva parecería ser que el enfado no viene por causa de quien agravia, sino por causa del acto y su interpretación simbólica.

Si tomamos esta premisa en su totalidad  como valida es fácil ver que el objetivo "real" nunca podría ser alcanzado, pues aún quitando al "mesías del infortunio" el problema seguiría estando, y solo faltaría otro ente que lo materializara.

Mientras se piense que la causa del problema es la persona portadora del acto o mensaje, y no el acto o el mensaje en sí mismo, potencialmente casi cualquier lugar, momento y ente podría ser provocador de tal evento.

En una primera auto-observación intuyo que la reacción ante un agravio convierte a las personas jueces de otras personas y a continuación surgen actos destructivos y constructivos  con el fin "noble o no tan noble" de moldearlas a imagen y semejanza de un ideal que pudiera o no estar consumado por una comunidad o grupo de individuos como aceptable o reprobable, eso sí, con un factor común, apelando al uso y abuso de la fuerza cómo forma de dominar la voluntad.

Siguiendo con la premisa inicial se podría suponer que en este punto del obrar las personas son juzgadas cómo débiles, fuertes, flexibles, tercas o tenaces, etc., optando casi siempre por las estrategias y métodos que apliquen la fuerza para conseguir la supremacía sobre ellas.

Toda esta concepción bélica parte de una sola y fallida premisa, que el problema es el ente y no el simbolismo que tenemos respecto a sus actos, palabras y gestos. Y digo ente, a propósito, pues una vez cosificada la otra existencia, poco parecería importarle a la ira (por ejemplo) si es una perro, un caballo, una puerta o un ser humano.

Como consecuencia esta falsa premisa llevaría a pensar que las personas prefieren romper relaciones que llegar a  un entendimiento y en sus extremos, hasta preferir la aniquilación del ente.

Para romper este bucle destructivo necesitamos apelar a la sensibilidad del corazón para conectar con el sentir del otro, es decir, para ponerse en el lugar del otro.

Esta sensibilidad solo es posible cuando nos damos tiempo a observar los sentimientos de la otra persona, "indagar en su corazón", su mundo sensible,  interesándose en la pregunta ¿cómo siente y percibe la realidad quien está frente a mí?

Ponerse en el lugar del otro, en todas sus dimensiones (histórica y coyuntural) para hacerse a la idea más próxima posible a su ver.

Esto es entender las circunstancias presentes y pasadas, el ámbito en el cual se suceden los hechos, y su contexto socio cultural y familiar en el cual fue educado.

La implicación en este sentido obliga a que se tenga que indagar a la luz de la consciencia  personal sobre la naturaleza propia, (propia historia, conocimientos, educación, pensamientos y sentimientos) con el fin de conocerse primero a uno mismo,  y luego darse tiempo de observación para conocer al otro.

Con este equilibrio, uno es quien es, es decir, entiende su subjetividad, con sus propias reacciones ante las circunstancias sin llegar a proyectar o confundirlas con la del otro, y el otro es quien es pero no cosificado, lo cual permite con sensibilidad comprender su punto de vista.

El arte en definitiva consistiría en mantenerse la claridad mental en la propia subjetividad, sin perder la sensibilidad sobre la subjetividad de quienes comparten ese momento y lugar. 

Este trabajo de ponerse en los zapatos ajenos, requeriría una constante atención, pues es muy fácil perderse en proyecciones personales hacia los demás, y en momentos de debilidad caer en influencias poco beneficiosas para uno.

Por este motivo quizás convendría evitar las pasiones, pues estas tienden a nublar el juicio razonable, bloquear la observación objetiva (si es que la hay) o por lo menos el intento de hacerse de ella, y pervertir la sensibilidad.

Y para aquellos momentos en donde uno es presa de pasiones como la cólera, la ira, el enamoramiento, etc.,convendría, tal vez, abstenerse de juicios hasta que las aguas mentales se calmen.

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